domingo, 12 de agosto de 2018

No hay carne en ningún sitio, ni de qué morir. Deja todo eso, querer dejar todo eso, sin saber lo que eso quiere decir...


Con una mano sostenía su esternón, con el dorso de la otra la columna vertebral, no, no son más que recuerdos, pretextos antidiluvianos. Ver lo que pasa aquí, donde no hay nadie, donde no pasa nada, hacer que algo pase, que haya alguien, ponerle fin, hacer el silencio, andar en el silencio, o en otro ruido, un ruido de voces distintas a las de la vida y la muerte, de vidas y muertes que no quieren ser las mías, andar en mi historia para poder salir de ella, no, pamplinas. Quizás al fin me crezca una cabeza toda mía, donde guisar venenos dignos de mí, y piernas para vagabundear, por fin estaría ahí, podría irme, es todo lo que pido, no, no puedo pedir nada. Sólo la cabeza y las dos piernas, o una sola, en medio, me iría dando saltitos. O sólo la cabeza, muy redonda, lisa, sin necesidad de lineamentos, rodaría, seguiría las pendientes, casi puro espíritu, no, no irá bien, desde aquí todo remonta, la pierna es necesaria, o el equivalente, algunas anillas quizá, contráctiles, con esto se va lejos. Partir de delante de Duggan, una mañana primaveral lluviosa y soleada, con la incertidumbre de poder llegar hasta la noche, ¿qué pasa aquí que no marcha? Sería tan fácil. Estar oculto dentro de aquella carne o dentro de otra, en este brazo que aprieta una mano amiga, y en esta mano, sin brazo, sin manos, y sin alma entre almas temblorosas, a través de la multitud, entre los aros, los globos, ¿qué pasa aquí que no marcha? No lo sé, estoy aquí, es todo lo que sé, y que aún no soy yo, con esto hay que arreglarse. No hay carne en ningún sitio, ni de qué morir. Deja todo eso, querer dejar todo eso, sin saber lo que eso quiere decir, todo eso, está dicho pronto, está pronto hecho, en vano, nada se ha movido, nadie ha hablado. Aquí, aquí no sucederá nada, aquí no habrá nadie en mucho tiempo. Las marchas, las historias, no son para mañana. Y las voces, vengan de donde vengan, están bien muertas.

(Samuel Beckett, Textos para nada, III)

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