sexta-feira, 26 de outubro de 2018

Cretinice esotérica dos místicos de Alto Paraíso persiste em sua perseguição histórica gratuita contra os adeptos da Tradição Bon... Accá no sólo hay ausencia de todo principio sino que se une la falsificación derivada de cualquiera de ellos, primero como algo antitradicional, y lo que es más grave, posteriormente contratradicional. LA TRADICION Y EL MICO DE DIOS




Notei que muitos tibetanos, até mesmo altos lamas que não estão familiarizados com a tradição ou a literatura Bön, costumam passar adiante opiniões negativas mal informadas sobre essa tradição. Eu não entendo essa atitude. É claro que esse preconceito não é dirigido apenas à tradição Bön — o preconceito existe entre as escolas do Budismo Tibetano também. Acrescento essa observação para todos os alunos de Bön, para que saibam desse triste preconceito antes de depara¬rem com ele. Agora que as formas de espiritualidade tibetanas estão saindo do Tibete para o resto do mundo, espero que a tacanhice do preconceito seja deixada para trás...

. Finalmente se produce una visión alterada que hace pensar que tales parodias se asemejan en algo a la verdadera espiritualidad. Una vez inmersos en tal orden de cosas, sólo queda esperar los grandes prodigios y fabulosos fenómenos que nos tocará ver, bajo la careta del mico de Dios. ..


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 LA TRADICION Y EL MICO DE DIOS

Mensaje  mariocesar el Miér Dic 24, 2014 7:55 pm

LA TRADICION Y EL MICO DE DIOS

JOSE Mª CONDE IGELMO
Introducción

Un autor decía que la belleza es un estado, indicando que, esencialmente, se relaciona con el sabor, es decir con la experiencia directa, más que con la visión, y en tal sentido intentamos retomar el tema aunque actualmente aparece como falto de lugar, incluso se puede afirmar que no es costumbre entre los humanos dedicarse a tan menesterosa reflexión, lo que produce una sensación ajena a nuestro modo de movernos en el mundo, porque ya pasó a la historia. En una época en que la tecnificación y el automatismo son los puntales por los que se mueve el común de la gente, puede parecer anacrónico que se hable de la belleza esencial. La verdadera belleza, reza otro dicho, es la que procede del interior, y no es otra que aquella de la espiritualidad, porque esta sí es la condición esencial del hombre. De ahí la importancia que adquiere la reflexión, y aún más la comprehensión, en el sentido etimológico del término, de lo que hoy día aparece como caduco. 

E. Schön, La Esfera Celeste
Alemania 1515

En el umbral del fin del milenio se abren las puertas a las nuevas-viejas preguntas que siempre incitaron al hombre, y el actual no es ajeno a ello, aunque su existencia se desarrolle en plena época oscura, como todas las tradiciones la denominan. Dicen, que cuando la luz del Intelecto ha dejado de brillar, la norma es que sea la luz de la razón, embebida en su orgullo, quien tome el mando. Ahora bien, la claridad que ésta proyecta sobre las cosas o los entes se manifiesta como una parodia de la realidad, desprovistos de lo que les da su razón de ser. Entonces, bajo las garras de las más frías abstracciones, se desarrolla en la humanidad de este final de ciclo un ámbito descarnado y ajeno, que es el Reino del Hombre. 

La etapa de fines del segundo milenio de nuestra era está plagada por la idea de la desaparición de principios universales, y la creencia en que todo es un mercado regido por la ley de la oferta y la demanda. No sólo hay ausencia de principios sino que, además, se une la falsificación derivada de cualquiera de ellos, primero como algo antitradicional, y lo que es más grave, posteriormente contratradicional. Finalmente se produce una visión alterada que hace pensar que tales parodias se asemejan en algo a la verdadera espiritualidad. Una vez inmersos en tal orden de cosas, sólo queda esperar los grandes prodigios y fabulosos fenómenos que nos tocará ver, bajo la careta del mico de Dios. 

Las ilusiones que se generan en el común de las personas son debidas al desconocimiento de la vertiente Metafísica y Doctrinal de las tradiciones, llevando a creer, como tónica general, que estamos ante una nueva era. Pero parece ser que nadie se pregunta de qué era se habla, porque si hay algo claro es que se concibe de un modo exclusivamente material. Como veremos, las asociaciones o grupos espiritualistas, o con epítetos similares, no tienen otra concepción que la material, con la diferencia que la han trastocado a otro ámbito, que sería más propicio denominar emocional o psicológico, pero que no tiene nada que ver con la verdadera espiritualidad. Uno de los puntos que las tradiciones apuntan como factor del fin de los tiempos es aquel de la resurrección de la Metafísica Tradicional, probablemente para restituir las cosas al lugar que les corresponde. 

Apuntemos que, en virtud de la ley de analogía el punto más alto se halla reflejado en el punto más bajo, al modo como en un espejo se halla la imagen invertida. En definitiva siempre es un reflejo, y como tal aparente, de la verdadera imagen. Esa es la función de Satán, el mico de Dios, de imita-monos, por eso toda la profusa manifestación y desarrollo del mundo actual, en busca de un igualitarismo a toda costa, negando las diferencias, que son las que aportan el sello cualitativo, viene a ratificarlo. Todo puede ser copiado, archivado,... e incluso dirigido, y si no ahí tenemos todo el desarrollo de la multimedia en el ámbito de la informática. Pero quizá convendría la pregunta: dirigido ¿por quién o qué?. 

Nos comentaba un hombre santo del Islam, concretamente en El Cairo, que si el hombre actual tuviera una pequeña noción de las doctrinas tradicionales, mínimamente realizada alguna de ellas, quedaría estupefacto de saber qué es lo que lo dirige y hacia qué punto. Supondría un instante, en el sentido literal, que de alguna manera reduciría todo este entramado a una nada, justamente porque habría una vuelta hacia el punto superior, que es la verdadera imagen, como principio rector. Esta ausencia de principios es la que provoca la confusión actual. 

En esta situación todo vale mientras motive la sensibilidad, en lenguaje moderno esto es una toma de conciencia, y cómo no, también lo que se refiera a la espiritualidad, sin tomarse la molestia de discriminar acerca de ella, pero con el afán de tener una especie de consuelo que haga más llevadero nuestro paso por este mundo. Así nacen opiniones que tienen como punto de partida la visión del mundo bajo una determinada categorización del mismo. Utilizan frecuentemente términos tales como evolucionismo, progreso, etc., sin preguntarse qué es lo que realmente esconden en sí mismos, y si son acordes con las visiones tradicionales, verdaderos testigos de la realización del ser. El juicio emitido acerca de tales temas se halla, por lo tanto, preso de unas determinadas gafas para ver el mundo, mientras que en el ámbito de la espiritualidad la verdad es como es, y sólo a través de la realización se la puede captar. 

El factor clave en esta visión se sustenta bajo la categoría de la cantidad, como señaló R. Guénon, verdadera conformadora de las más diversas funciones. En otras palabras, el referente de la realidad es el aspecto más bajo de la existencia, que tiene como punto común a la materia (phisys), reflejo de la verdadera imagen. Sobre ésta se construye cualquier concepción de las cosas. Cuando se refiere a las civilizaciones tradicionales se continúa utilizando esas categorías, y lo que en realidad se produce es el despojamiento de su verdadero sentido, para pasar a ser objeto de consumo y exotismo. Un ejemplo de ello es el denominado turismo para conocer otras culturas o países, que no respeta, por su ignorancia, primero lo que es diferente, y segundo porque necesita dar la imagen de quien tiene poder, conectado con el aspecto material, ya que su visión es justamente la de consumir.1 En tales circunstancias lo que demuestra la civilización moderna en su conjunto es el odio latente por cualquier diferencia, que se encarna en la idea de racismo hacia aquellas civilizaciones que no se hallan dentro de una identidad de piel, o lo que es igual, de nación. Por lo tanto, estamos ante el aspecto más bajo del ser humano, no ya animal, pues éste es respetuoso en su naturaleza, sino infrahumano, y en cierto modo infernal. La locura, o bien las tinieblas son el sello que dejan por doquier, y donde van, pasean sus propias miserias, fruto sin duda de la ignorancia. 

La belleza, como estado de la existencia, tiene unos principios universales, que facilitan el entendimiento de los, denominados, mundos antiguos, lo que sólo puede hacerse situándose en su misma perspectiva, en el mundo categorial que ellos tenían. Ciertamente las condiciones actuales de la existencia son distintas de las de aquellos, por lo que no se puede uno encasquillar bajo sus mismas formas exteriores, pero sí no perder la noción de las cosas que poseían. Por eso es importante saber qué nos cuentan las tradiciones, en sus textos, y los testimonios de aquellos que han alcanzado un grado de ser suficiente para gustarlos, sobre si es acertada nuestra visión de ellas, o bien hemos optado de antemano por un juicio ubicado en lo que hoy se conoce como la vida ordinaria. Situarse en la misma perspectiva categorial que tales mundos no significa exclusivamente leer sus textos sagrados, sino que previamente supone la fusión de sujeto y objeto, es decir captar la indivisibilidad del cosmos que nos rodea, sin establecer barreras con lo que vemos que está ahí fuera. La racionalidad es el sello distintivo de los humanos, por mucho que pese a más de uno, y es en la adecuación de esta racionalidad al entorno que le rodea como se establece un puente que permita fundir lo que está disperso. La sospecha cartesiana, que es fruto de cualquier racionalismo, tiene como fin la ausencia de cualquier principio, ya que su mente es incapaz de concentrarse en un punto durante mucho tiempo, tiene terror a ser absorbida por algo que la supera. El verdadero nómada espiritual acepta la absorción de su mente en algo que atrae inexorablemente, lo que le lleva a la humildad ante la existencia. El hecho de situarse en tal punto nos permite inmiscuirnos en lo que conocemos, puesto que sin inmiscuirse en el objeto, rezan las antiguas tradiciones, no hay verdadero conocimiento.2 

Que la belleza sea un estado significa que no cualquier cosa es bella, en virtud de nuestra limitación, pues sólo lo ilimitado puede acceder a cualquier forma, por lo tanto a cualquier belleza. Mientras nos hallemos en un estado, por definición, cercado por determinadas formas, unas cosas serán más apropiadas que otras para traducir aquello que nos supera, y esa apropiación ya es un modo de ser. 

El rescate de algunas nociones sobre aquellos mundos, permitirá una aproximación real a lo que han significado, y continúan haciéndolo. En muchas ocasiones las palabras nos engañan, lo que no quita para señalar los factores doctrinales que permitan inteligir qué es lo que significaban. Este es uno de los puntos en que se hallan desacreditados, porque supone descubrir la falacia en que vive el mundo moderno. 

Oímos hablar por doquier de la denominada Nueva Era, tan de moda en la actualidad, en opinión de muchos es un verdadero acontecimiento social o individual, y de la que dan cuenta las agencias de consumo. En realidad esto no tiene nada que ver con las civilizaciones tradicionales del mundo, tanto caducas como aún vivas. Su sofisma es el de aglutinar todo bajo una mezcla de términos, vendibles, pero que en ningún caso reporta operatividad acerca de la realización de la verdadera identidad. 

El eje central sobre el que gira una comunidad humana es el de unos principios, que son imágenes de la Tradición, bajo la que se agrupan las civilizaciones que han existido. Todas ellas han girado en torno a un punto que aglutina tanto este mundo como el de más allá, aspectos que parecen haber sido olvidados. Es obvio que en principio hay que desglosar este eje común bajo las diversas maneras en que se enmarca en este cuadro. Sólo así estaremos en condiciones de acercarnos a los textos sagrados, ya que estos únicamente traducen el Gran Eje. 

El hombre nunca puede dejar de manifestar lo que late en su interior, sea en uno u otro sentido. El deseo de alcanzar el sosiego y la comprensión de su vida no le abandona jamás, por eso tiene curiosidad, y necesidad, por todo lo que le proporcione la realización de tal deseo. La conciencia de que hemos progresado se oye con frecuencia, y la idea de que el conocimiento de otras tradiciones, sea a través de la sociología religiosa o de la historia de las religiones, por ejemplo, supone un conocimiento objetivo de éstas, es la norma. Fruto del subjetivismo moderno se intenta, desde algunos ámbitos, adaptar ciertos aspectos de las tradiciones, desvinculadas de toda operatividad, a la vida cotidiana, para chocar inmediatamente con las concepciones modernas. 

A menudo se oye hablar de la conveniencia de sacudirse los atavismos o aprioris, que tenemos por nuestra pertenencia a una tradición concreta, la cristiana, como si éstos fuesen una invención humana, generándose la idea de que es por un mero voluntarismo como se pueden superar. En cambio los mundos arcaicos sabían que el origen de tales nociones era no-humano, lo que el ávido nacionalismo humanista es incapaz de admitir. 

La no aceptación de tal presupuesto, se debe a la idea que tenemos del hombre como un ser abierto (veremos la falacia de esta afirmación), además de como "sujeto" -término por otro lado filosófico- dinámico que crea sus propias condiciones de existencia. Esta afirmación es fruto del estrecho cerco que se ha puesto durante dos mil años de pensamiento a saber qué era el ser, lo que está estrechamente ligado con el conocimiento.3 Ello lleva a la prepotencia que se une a un expansionismo en todas las áreas, desde la política, la cultura, el consumo,... creyéndose desgajado de la Existencia: algo así como extraño en un mundo de extraños a conquistar, para sacar el mejor partido, lo que acentúa la concepción mercantilista de las cosas. 

Pero como el hombre es, en cuanto tal, un ser insatisfecho, necesita algo que sustente su visión de las cosas, así como su acción sobre ellas. El hombre de hoy no es menos sensible a ese querer, pero las tendencias son de signo opuesto a las que dominaban en etapas pretéritas. Las nuevas ideas acerca del propio hombre han dado nacimiento a una amplia gama de grupos mesiánicos, en los que existe un acicate como alternativa al mundo moderno, trasunto de la utopía, es decir, la ingenuidad en todas sus formas, aludiendo a cualquier cosa que tenga un tinte extraño con el nombre de esotérico. Y ese acicate es una pretendida revolución social que mejore la calidad de vida y dé salida a la faceta emocional del individuo. 

Como los místicos, en algunos casos, son seres de rica expresividad oral, que hablan del desprendimiento y la superación del ego, la legión de estas personas intenta hacer lo que dicen, pero desconocen cualquier factor operativo, confundiendo de entrada lo psíquico con lo espiritual. y aquí es donde radica la negación de toda espiritualidad, en que lo que persiguen es un fenómeno de orden meramente psicológico u oculto. Este es otro de los equívocos a los que están habituados los modernos, en su afán de meter todo lo que suponga una explotación de fuerzas mágicas u ocultas, en un mismo saco, usurpando los términos que en otro tiempo tuvieron un significado preciso. 

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El milenio se acaba y un nuevo ciclo se halla latiendo en el horizonte, ya que no hay nada nuevo bajo el Sol, pero las verdaderas preguntas únicamente pueden tener su lugar dentro del ámbito tradicional, en su ser integral del que el esoterismo es parte como punto de cruce que alude al recuerdo Original, y único lugar que nos haga entender este final de los tiempos a la luz de la tradición, de manera que nos permita retomar la antorcha luminosa del olvido secular en que la mantiene el Reino del Hombre. 

Uno de los modos en que se puede dar es captando el significado de la tradición, y de las diferentes tradiciones, ya que todas tienen un origen no-humano, por lo tanto son upayas,4 o vehículos, que lo divino toma para manifestarse ante los seres. Los textos que nos han legado estas perspectivas divinas nos servirán para exponer las ideas que laten en su interior, y a la luz del esoterismo veremos que las contradicciones se dan sólo en su forma, nunca en su realización si son tomadas al más alto nivel. 

Las diferentes tradiciones recuerdan que los tiempos aún serán más oscuros, afirmándose que aunque es necesario que ocurra, Dios pedirá a cada uno en virtud de sus actos. No es casualidad que se palpe por doquier la existencia de crisis en todos los terrenos, sea moral, político, psicológico, etc., pero casi nunca se oyen voces que se pregunten el por qué radical de tal situación. ¿O es que no hay interés porque así sea? Si así fuere, entonces cabría interrogarse en qué se basa tal interés. 

Por lo general nos dicen que se debe a una situación coyuntural, si lo hacemos como economistas, a un momento en que nuevos valores culturales acceden al ámbito colectivo, etc... Sin embargo el punto crucial es el olvido por parte del hombre de su identidad esencial, ya que es mucho más de lo que a él mismo le parece, por lo tanto más que humano, y mucho menos de lo que cree, y por ello también humano. Su proyección espiritual es la base, aseguran los textos sagrados, y hasta que no recupere esa componente fundamental los artificios para solucionar la crisis serán parciales. 

Es muy instructivo lo que dice el shaykh al-'Arabí al-Darqâwî, acerca de todos aquellos en que está despierto el anhelo espiritual: "Si deseas que tu camino se acorte para llegar rápidamente a la realización, practica las obras de carácter necesario y las superrogatorias firmemente recomendadas; aprende de la ciencia exterior (la doctrina y los deberes religiosos) lo indispensable para servir a Dios; pero no te entretengas en ella, porque no se te pide que profundices por ahí; en lo que debes profundizar es en la ciencia interior; y combate a la codicia; entonces verás maravillas. El carácter noble no es otra cosa que el tasawwuf (sufismo) en los sufíes como es la religión en los hombres de religión;... Por otra parte no se alcanza el objetivo espiritual con muchas ni con pocas obras, sino únicamente por la gracia, pues como dice el santo Ibn 'Atâ-Llah en sus Hikam "Si sólo pudieras llegar a Él tras la extinción de tus defectos y la anulación de tus pretensiones (deseo de realización), nunca Le alcanzarías. Pero cuando Él quiere conducirte de nuevo hacia Sí, recubre tu cualidad con la Suya y tus atributos con los Suyos, y así te conduce hacia Sí, por lo que te llega de Su parte, no por lo que Le llega de la tuya". Lo que viene a indicar la necesidad de un apoyo exterior, para que dirija al hombre a un hábito certero, pero que estará cojo si no se sumerge en la verdadera búsqueda, la del que se siente enamorado y se convierte en un nómada en busca del objeto amado. 

Tanto lo espiritual como lo temporal se hallan fundamentados en el Principio, punto en el que todas las civilizaciones antiguas han tomado su razón de ser, aceptando el mandato suprasensible en el que radicaba el orden del cosmos, cuyo nombre más propio es el de Tradición, con mayúsculas. 

El Principio es el Dogma por antonomasia, expresado bajo diferentes maneras, y cuya función es la de religar al hombre con lo Divino. Por eso la importancia de las diferentes verdades que expresan las tradiciones radica en que todas apuntan en la misma dirección, aunque con diferente perspectiva, para que cada ser humano sea capaz de asimilarse a ella en virtud de su cualidad. 

En definitiva, se trata de saber que cualquier hombre, por el hecho de serlo, tiene en su alma un sentido de lo Absoluto o trascendente, que es tanto Principio como Fin, Alfa y Omega. Ese sentido sólo puede ser captado por la facultad del Intelecto, no la razón, que es esa luz que permite a cada tradición dar testimonio de que la iluminación es posible. Sin embargo en la Edad de las Sombras, el epíteto de iluminación se ha tomado abusivamente, desgajado del significado radical que tiene en los antiguos mundos. 

El anhelo de lo espiritual parece olvidarse, pero no desterrarse, de ahí la necesidad de su recuperación que permita a cada ser humano, si Dios quiere (Insa 'Allah), tomar la dirección adecuada para su propio desarrollo interior. Esa vuelta hacia la región que nos espera ineludiblemente a todos, siempre latente en el Corazón del hombre, que manifiesta el acercamiento hacia el Principio, y que paradójicamente para nuestra mente es también el Fin. Entraña la posibilidad de parar nuestro acelerado mundo, que es nuestra mente, y mirando hacia el interior reconocer la ignorancia y pretensión de dominio de las cosas, dejándose llevar por lo que Dios tiene dispuesto para tí. 

El maestro Ibn 'Abbâd de Ronda dijo que "nada era tan útil para el corazón como el retiro, por el cual penetra aquél en el hipódromo de la meditación". El verdadero reto es la toma de una dirección que posibilite al corazón sosiego, y que por ello sea capaz de allegarse a la verdadera medicina del alma, la meditación. Hasta que el corazón del hombre no se cure de la tensión a que está sometido por el deseo de posesión, el progreso espiritual será imposible, de ahí que el entendimiento de lo que ha significado, y significa la Tradición tanto en sus facetas externas como internas sea un referente adecuado que permita la concentración para el viaje interior hacia el espejo de nuestra alma. Este estudio se ha escrito con ese ánimo. 

El milenio se acaba y un nuevo ciclo se halla latiendo en el horizonte, de ahí la inquietud del hombre, que también es una constante en la historia de los siglos recientes, pues es algo así como un parto. La inquietud se basa en reconocer que, hoy, la humanidad no está segura de hacia dónde se dirige. Unos dirán que hacia un futuro idílico, otros hacia una catástrofe, pero la verdadera espiritualidad tradicional reconoce que no hay nada nuevo bajo el sol, y que todo pertenece a la naturaleza de las cosas, porque "todo perece salvo Su faz". También es cierto que la visión armónica de las cosas, propia del Hombre Superior, tiene su punto de cruce en el Esoterismo, puesto que nos lleva hacia el recuerdo Original, único lugar que nos permite entender, si Dios quiere, este final de los tiempos a la luz de la Tradición. 


Por todo ello se hace precisa una reflexión, bajo esa luz, de este fin de siglo XX en que la espiritualidad parece querer despuntar en varios ángulos, uno de ellos con la adquisición de las categorías metafísicas, que por serlo no pertenecen a ningún lugar, ya que es en nuestro interior donde tienen su asiento. 

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