quarta-feira, 28 de novembro de 2018

La posmodernidad según la propuesta de Gianni Vattimo: pensamiento débil y mass media







El pensamiento de Vattimo obliga a pensar la posmodernidad, tanto como el discurso en torno a ella, dentro de una historia, cual es la del fin de la modernidad, que no es la superación cuanto su clausura. Trátase de una historia en la que aparece el nihilismo como centro neurálgico, en la medida en que concilia las concepciones nietzscheanas y heideggerianas para la comprensión de una era de la poshistoricidad y de la muerte de la metafísica o postmetafisica, en la que cobra sentido la noción de pensamiento débil como un modo de reflexión típicamente posmoderno, opuesto al de la metafísica, en tanto que pensamiento fuerte: atemporal, dominante y universal. De tal suerte, el pensamiento débil que postula Vattimo responde a una concepción historicista nihilista, que lo define no como un pensamiento de la debilidad, sino como del debilitamiento del ser, equivalente a un pensar fundacional o, lo que es lo mismo, de la metafísica en todos los órdenes epistemológicos y experienciales, suponiendo el reconocimiento de una línea de disolución en la historia de la ontología.
Con la noción de pensamiento débil, Vattimo articula las bases para una nueva comprensión de la posmodernidad, al tiempo que prepara la emergencia de un nuevo discurso en torno a su debate. Con ella deja de tener validez toda pretensión normativa, unlversalizante, edificante y/o progresista, en tanto que sistematiza la idea del ser como devenir y ser-ahí (de acuerdo con la concepción del Dasein heideggeriano), en su caducidad y duración, que no es, sino que acaece y que, en última instancia, señala la experiencia de una nueva ontología para la cual la verdad se sitúa en un horizonte débil, de carácter retórico, toda vez que el ser se experimenta desde el extremo de su ocaso y disolución.
Para Oñate (1990), el problema de un pensamiento débil constituye el eje aporético de toda posible filosofía actual o no-metafísica, en circunstancias que se apoya en el nihilismo nietzscheano y heideggeriano para sostener un hilo de continuidad fundamental a partir del que sea posible postular la experiencia del sujeto posmoderno como una experiencia en la que el nihilismo no es una nueva etapa en la historia de la modernidad cuanto su destino. Entiéndase nihilismo más allá de la disolución de los valores "fuertes" e imposibilidad de la verdad, como una nueva estructura de pensamiento: del ser capaz de sobrepasar la metafísica, de pensar el ser como evento y, en última instancia, "como el configurarse de la realidad particularmente ligado a la situación de la época" (1990, p. 34).
Descrita la situación del fin de la modernidad, cabe preguntarse por el curso que sigue a este ocaso que experimenta el pensar metafísico y sus valores, acorde con el pensamiento fuerte de la historia y la verdad. Con Vattimo, el itinerario que indica la respuesta establecerá como único camino posible el de la poshistoricidad que, a su vez, significa el derrotero nihilista, de disolución, liquidación, debilitamiento del ser y sus categorías fuertes; "así pues, no el ser fuerte de la metafísica, sino un ser débil, despotenciado, que deviene, nace y muere, se da ahora a nuestra experiencia epocal y al pensar, como única indicación posible" (Ibíd., p. 43). En estos términos, ha de entenderse la posmodernidad conforme la máxima que reza: experimentar el nihilismo es la única posible vía de la ontología, en cuyas condiciones el destino de la metafísica -aciago para quienes aún buscan fundamentos- vendría a sintetizar la situación existencial de la posmodernidad en una suerte de metáfora invertida, donde el metarrelato de la historia del ser que progresa hacia su total plenitud es desplazado por el relato del ser que da cuenta del proceso inminente de su disolución hasta su más completa extinción. Si no, revisemos la siguiente cita del autor:
"Si las raíces de la violencia metafísica están en último término en la relación autoritaria que establecen entre el fundamento y lo fundado, entre el ser verdadero y la apariencia efímera, y en las relaciones de dominio que se constituyen en torno a la relación sujeto-objeto, la cuestión concerniente a ultrapasar este pensamiento y el mundo que determina, no podrá plantearse como acceso a ningún otro fundamento desde el que iniciar una nueva construcción [...], sino como un reemprender y proseguir el proceso disolutivo y nihilista que caracteriza el devenir de la metafísica y la modernidad" (Ibíd., p. 45).
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Por otra parte, para Vattimo, lo posmoderno solo tiene sentido en la medida en que refiera el hecho de que la sociedad en la que vivimos sea una sociedad de la comunicación generalizada, esto es, la sociedad de los mass media. Una tesis que estimula pensar que, por lo menos en lo que concierne a ciertos aspectos, la modernidad ha concluido. Mas, ello solo si la concebimos como la época en la que el hecho de "ser moderno" constituye un valor fundamental.
El autor recurre a la situación del arte para mostrar de qué manera la noción de genio creador es la que mejor expresa la condición moderna, parafraseando a Lyotard: el culto por lo nuevo y lo original, en directa reacción contra la tradición y el pasado, que implican en este ámbito la imitación de modelos clásicos. No obstante, este culto de lo nuevo y original se da acompañando o, más bien, en paralelo a una perspectiva más general, que considera la historia humana como un proceso continuo de superación y emancipación. De acuerdo con ella, la condición para concebir la historia como realización progresiva de la humanidad es la posibilidad de que sea vista y entendida como un proceso unitario, en consecuencia con la idea de que solo si existe la historia se puede hablar de progreso. Entendido así, la modernidad se acabaría cuando deja de ser posible ponderar la historia como algo unitario, pues tal visión supone la existencia de un centro alrededor del cual se reunieran y organizaran los acontecimientos, en circunstancias que tales acontecimientos constituyen no más que representaciones arbitrarias, sea del pasado en su totalidad, o sea de acontecimientos particulares de la historia. Situación que ya habría demostrado la filosofía a lo largo de los siglos XIX y XX, con su crítica a la idea de una historia7 y, junto a ella, con la pregunta acerca de qué es aquello que verdaderamente se transmite del pasado8, al articular una concepción pluralista y alternativa de la historia, en tanto descreimiento de una sola historia, o bien, de una historia única, válida para todas las culturas y sociedades.
Esta nueva concepción obligó a entender la historia como síntesis de imágenes del pasado, propuestas desde diversos puntos de vista, dado lo cual "resultaría ilusorio pensar que exista una perspectiva universal y suprema capaz de unificar todas las restantes" (Vattimo 2000, p. 76). En consecuencia, si el principio fundamental para sostener la idea de progreso era la búsqueda de un determinado tipo de hombre conforme la determinación de un cierto tipo de valores, él entrará en crisis, del mismo modo como le ocurrió a la idea de una historia, puesto que "si no hay un curso unitario de las vicisitudes humanas no podrá sostenerse tampoco que éstas avancen hacia un fin, que efectúen un plan racional de mejoras, educación y emancipación" (Ibíd., p. 76).
Otro elemento determinante para el fin de la modernidad, sumado al de la crisis en la concepción unitaria de la historia y la consecuente crisis de la idea de progreso, es el advenimiento de la sociedad de comunicación, un rasgo sin duda clave para el entendimiento de la posmodernidad, si se piensa que solo en este tipo de sociedad tiene sentido el debate en torno a lo posmoderno. Mas, para entender su lógica hay que tener presente que la imposibilidad de pensar la historia como un curso unitario se debe, en mayor medida, a la aparición de los medios de comunicación de masas, toda vez que ellos han determinado la disolución de los grandes relatos en el sentido de Lyotard; una idea que bien puede expresar la situación de la radio, la televisión y la prensa, en tanto factores de una explosión y multiplicación generalizada de Weltanschauungen o de visiones de mundo, que hacen que la lógica de un mercado de la información reclame una continua dilatación de su esfera, en pos de lograr que "todo" adopte la forma y la función de un objeto de comunicación:
"Esta multiplicación vertiginosa de la comunicación [...] constituye el efecto más evidente de los mass media, siendo, a la vez, el hecho que determina (en interconexión con el fin del imperialismo europeo, o al menos con su transformación radical) el tránsito de nuestra sociedad a la posmodernidad" (Vattimo 1990, p. 80).
En este contexto, el pensador italiano explica que el sentido de la expresión que utiliza como enunciado para el título del libro, La sociedad transparente, es justamente la posibilidad del sinsentido que ella sugiere. Así, valiéndose de la sentencia nietzscheana de que el mundo verdadero se transforma en fábula, señala que:
"Si nos hacemos hoy una idea de la realidad, ésta, en nuestra condición de existencia tardo-moderna, no puede ser entendida como un dato objetivo que está por debajo, o más allá, de las imágenes que los media nos proporcionan. ¿Cómo y dónde podríamos acceder a una tal realidad "en sí"? Realidad, para nosotros, es más bien el resultado del entrecruzarse, del "contaminarse" de las múltiples imágenes, interpretaciones y reconstrucciones que compiten entre sí, o que, de cualquier manera, sin coordinación central alguna, distribuyen los media" (Ibíd. 81).
Una explicación así secunda otra de mayor determinación para el ámbito en que nos es pertinente hablar de posmodernidad: la de que la sociedad de la comunicación generalizada se orienta a la fabulación nietzscheana del mundo, si entendemos por tal el proceso mediante el cual las "imágenes del mundo" proyectadas por los media constituyen la objetividad de aquél, más allá de toda interpretación pensada como realidad(es) fijada de antemano. Siendo esto así, resulta fácil creer que lo que se denomina "realidad del mundo" es algo que se constituye como contexto de las diversas, múltiples y potenciales fabulaciones que respecto del mundo caben sugerir o proponer.
La fuerza de esta interpretación es tal, que Vattimo llega a concebir los medios de comunicación como los medios de las masas, en el supuesto de que constituyen la esfera pública del consenso, al adoptar una función estética que imprime al sujeto un sentido de correspondencia o de pertenencia con el grupo social. Esta situación es la que describe la idea de la muerte del arte como explosión de lo estético en base a una forma de autoironización de la producción artística y negación de los lugares de valor tradicionalmente asignados a ella; lo que a la postre significa, por una parte, el fin del arte como hecho específico (en un sentido utópico), y, por otra, la estetización de la cultura en tanto que ampliación del dominio que ejercen los mass media (lo que señalaría el sentido débil del arte, tal como la verdad y el pensamiento). Mas, para estar de acuerdo con esta explicación, tendremos que validar primeramente el intento de disolución heideggeriano del ser como presencia, fundamento y/o permanencia; tanto como la tesis de Nietzsche, que sostiene que la imagen de una realidad organizada de acuerdo con un fundamento último es solo un mito tranquilizador, propio de una humanidad todavía "bárbara y primitiva", que se vale de la metafísica como un arma de lucha contra toda situación que amenace la estabilidad de sus principios.

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