sexta-feira, 9 de novembro de 2018

¿Cómo no tener en cuenta ese hecho cuando leemos a Nietzsche?


Poner en juego su nombre (con todo lo que ello conlleva y que no cabe reducir a un “yo” [moi], hacer de todo lo que se ha escrito sobre la vida y la muerte una inmensa rúbrica autobiográfica: es esto lo que hizo y de lo que debemos tener constancia. No para otorgarle el mérito: por de pronto, él está muerto, evidencia trivial mas, en el fondo, bastante increíble, pues el genio del nombre está ahí para hacérnoslo olvidar. Estar muerto significa por lo menos esto: ningún beneficio o maleficio, calculados o no, conciernen ya al portador del nombre, sino tan sólo al nombre: por lo que el nombre, que no es el portador, es siempre y a priori un nombre de muerto. Aquello que se le atribuye al nombre no es atribuido jamás a algo vivo, éste queda excluido de toda atribución. Además, no otorgaremos a Nietzsche el beneficio, porque aquello que ha legado, en su nombre, se parece como todo legado (interpreten esta palabra como quieran), a una leche envenenada que se mezclaba de antemano (lo recordaremos más adelante) con lo peor de nuestro tiempo. Y no se mezclaba por azar.
No leeré a Nietzsche -precisémoslo antes de abrir cualquier escrito suyo-, como un filósofo (del ser, de la vida o de la muerte), ni como un sabio, ni como un biólogo, si es que estos tres tipos tienen en común la abstracción de biográfico, y la pretensión de no comprometer sus vidas y sus nombres en sus escritos. Esta tarde leeré a Nietzsche en la escena del Ecce Homo; en esta texto compromete su cuerpo y su nombre, incluso si avanza bajo máscaras o pseudónimos sin nombre propio, máscaras o múltiples nombres que no pueden proponerse o producirse, como toda máscara e incluso toda teoría del simulacro, sino conllevando siempre un beneficio de protección, una plusvalía donde se reconoce la astucia de la vida. Astucia perdedora en cuanto que la plusvalía no se remite a lo vivo sino al nombre de los nombres y a la comunidad de las máscaras.
Leeré a Nietzsche a partir de lo que dice o se dice en Ecce Homo y en Wie man wird, was man ist (Cómo se llega a ser lo que se es). Leeré a partir de este prólogo a Ecce Homo, del cual se puede afirmar que es coextensivo a toda la obra, de tal forma que la obra prologa también a Ecce Homo y se encuentra repetida en lo que se llama, en el sentido estricto, Prólogo (constando de algunas páginas) a la obra titulada Ecce Homo. Conocerán ustedes de memoria estas primeras líneas: “Cómo preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la Humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le ha hecho, me parece indispensable decir quien soy yo (wer ich bin, subrayado en el original). En el fondo sería licito saberlo ya: pues no he dejado de “dar testimonio” de mi (denn ich habe mich nicht “umbezeugt gelassen”). Más la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera. Yo vivo de mi propio crédito. (Ich lebe auf meinen eignen Kredit hin); ¿acaso es un mero prejuicio que yo vivo (vielleicht bloss ein Vorurteil)?...”
Su propia identidad, aquella que pretendo declarar y que no tiene nada que ver, por el hecho de resultar tan desproporcionada, con aquello que sus contemporáneos conocen bajo tal nombre, su nombre, o más bien su homónimo, Friedrich Nietzsche, esta identidad, que reivindica, no la extrae de un contrato que ha hecho consigo mismo. Se ha endeudado consigo mismo y nos ha implicado en ello por lo que queda de su texto con su firma. Auf meinen eignen Kredit es también asunto nuestro, este crédito infinito, sin común medida con aquel que sus contemporáneos le otorgaron o rechazaron bajo el nombre de F. N. este nombre es ya un falso nombre, un pseudónimo y un homónimo que como impostura ocultaría al otro Friedrich Nietzsche. Unida a estos tenebroso asuntos de contrato, de deuda y de crédito, la pseudonomía nos induce a desconfiar en cuanto creemos leer la firma o el “autógrafo” de Nietzsche y, asimismo, cada vez que afirma: yo, Friedrich Nietzsche.
No tiene en cuenta, en el presente de Ecce Homo, si podrá responder al crédito excesivo que en su nombre -y también necesariamente, en nombre de otro- se ha otorgado. Podemos prever la consecuencia: si la vida que vive y que se cuenta (“autobiografía”, afirman) no es, por de pronto, su vida más que bajo el efecto de un contrato secreto, de un crédito abierto, de un endeudamiento, de una alianza o de un anillo, entonces, mientras el contrato no haya sido cumplido -y esto no puede suceder mas que por otro, por ejemplo ustedes-, Nietzsche puede escribir que su vida no es quizás sino un prejuicio, “es ist vielleicht ein Vorurteil dass ich lebe...”. un prejuicio, la vida, o mejor dicho: la vida, mi vida, el hecho “que yo vivo”, el “yo vivo” actualmente. Es un prejuicio, una sentencia, una pausa precipitada, una anticipación arriesgada; tan sólo podrá verificarse en el momento en que el portador del nombre, aquel que llamamos por prejuicio un viviente, esté muerto. Tras o durante la condena a muerte. Y si retorna la vida, lo hará al nombre y no al viviente, al nombre del viviente como nombre del muerto.
“El” tiene la prueba de que el “yo vivo” es un prejuicio (y por las dimensiones del crimen en ello implicado, un prejuicio ligado al hecho de ser portador del nombre, a la estructura de todo nombre propio. Nos dice que tiene de ello la prueba cada vez que interroga al “letrado”. (Gebildeten). El nombre de Nietzsche le es desconocido a éste: aquel que se llama “Nietzsche” obtiene así la prueba de que no vive actualmente: “Yo vivo de mi propio crédito: ¿acaso es un mero prejuicio que yo vivo?... Me basta hablar con cualquier “persona culta” de las que en verano vienen a la Alta Engandina para convencerme de que yo no vivo (dass ich lebe nicht)... En estas circunstancias existe un deber contra el cual se rebelan en el fondo mis hábitos y mas aún el orgullo de mis instintos, a saber el deber de decir: Escuchadme, pues yo soy tal y tal (literalmente: soy quien y quien, alguien y alguien, ich bin der und der). Sobre todo, no me confundan con otros” Todo esto está subrayado. (Cito con algún retoque la traducción de Vialatte)
Lo dice de mala gana, e incluso por “deber”: para satisfacer una deuda. ¿Deuda con quién?
Se siente obligado a decirnos quién es, contrariamente a su tendencia natural que le empuja a disimularse bajo máscaras. Sabeis que el valor-disimulación está continuamente reivindicado. La vida es disimulo. Esto nos premitiría pensar que, por un lado, su contrato es contrario a su naturaleza: forzándose a sí mismo, se compromete a responder a un crédito, en nombre del nombre, en su nombre y en el nombre del otro. Pero, por otra parte, esta exhibición auto.representativa del “ich bien der und der” podría perfectamente ser una astucia de la disimulación. Nos equivocaríamo si la interpretásemos como una simple presentación de identidad, suponiendo que sepamos lo que pasa con una presentación de sí mismo y con una declaración de identidad (“Yo tal o cual, sujeto individual o colectivo”, “yo el psicoanálisis”, “yo la metafísica”).
Todo aquello que se diga, a continuación sobre la verdad deberá ser reexaminado a partir de esta pregunta y de esta inquietud. No bastará el debilitar nuestras certidumbres teóricas sobre la identidad y sobre aquello que queramos saber respecto a un nombre propio. Muy pronto, desde la siguiente página. Nietzsche recurre a su “experiencia” y a su “errar en los dominios prohibidos” (Wanderung im Verbotenen): le han enseñado a considerar de forma muy distinta las causas (Ursache) de la realización y de la moralización; y ha visto cómo se volvía clara la “historia escondida” (verborgene Geschichte) de los filósofos -no dice de la filosofía- y la “psicología de sus grandes nombres”.
JACQUES DERRIDA
En La filosofía como institución, Barcelona, Juan Granica Ediciones, 1984. Edición digital de Derrida en castellano.
Friedrich Nietzsche

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