sexta-feira, 22 de setembro de 2017

El forastero

Borges
Despachadas las cartas y el telegrama, 
camina por las calles indefinidas 
y advierte leves diferencias que no le importan 
y piensa en Aberdeen o en Leyden, 
más vívidas para él que este laberinto 
de líneas rectas, no de complejidad, 
donde lo lleva el tiempo de un hombre 
cuya verdadera vida está lejos. 
En una habitación numerada 
se afeitará después ante un espejo 
que no volverá a reflejarlo 
y le parecerá que ese rostro 
es más inescrutable y más firme 
que el alma que lo habita 
y que a lo largo de los años lo labra. 
Se cruzará contigo en una calle 
y acaso notarás que es alto y gris 
y que mira las cosas. 
Una mujer indiferente 
le ofrecerá la tarde y lo que pasa 
del otro lado de unas puertas. El hombre 
piensa que olvidará su cara y recordará, 
años después, cerca del Mar del Norte, 
la persiana o la lámpara. 
Esa noche, sus ojos contemplarán 
en un rectángulo de formas que fueron, 
al jinete y su épica llanura, 
porque el Far West abarca el planeta 
y se espeja en los sueños de los hombres 
que nunca lo han pisado. 
En la numerosa penumbra, el desconocido 
se creerá en su ciudad 
y lo sorprenderá salir a otra, 
de otro lenguaje y otro cielo.
Antes de la agonía, 
el infierno y la gloria nos están dados; 
andan ahora por esta ciudad, Buenos Aires, 
que para el forastero de mi sueño 
(el forastero que yo he sido bajo otros astros) 
es una serie de imprecisas imágenes 
hechas para el olvido.

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