terça-feira, 13 de junho de 2017

Discurso ingenuo el que iniciamos en este momento.


Discurso ingenuo el que iniciamos en este momento, al hablar en dirección a Antonin Artaud. Para reducir esa ingenuidad hubiese hecho falta esperar mucho tiempo: que se hubiese abierto verdaderamente un diálogo entre -por decirlo rápidamente- el discurso crítico y el discurso clínico. Y que llevase más allá de sus dos trayectos, hacia lo común de su origen y de su horizonte. Este horizonte y este origen se dejan ver mejor hoy en día, para fortuna nuestra. Cerca nuestro, M. Blanchot, M. Foucault, J. Laplanche se han interrogado acerca de la unidad problemática de estos dos discursos, han intentado reconocer el pasaje de una palabra que, sin desdoblarse, incluso sin distribuirse, de un único y simple trazo, hablaría de la locura y de la obra, penetrando en primer lugar en su enigmática conjunción Por mil razones que no son simplemente materiales, no podemos desplegar aquí, por más que les reconozcamos una prioridad de derecho, las cuestiones que a nuestro juicio dejan sin resolver esos ensayos. Advertimos realmente que si bien, en el mejor de los casos, su lugar común ha sido señalado de lejos, de hecho los dos comentarios -el médico y el otro- no se han confundido nunca en ningún texto. (¿Será porque se trata ante todo de comentarios?, y ¿qué es un comentario? Lanzamos estas preguntas al aire, para ver más adelante dónde las tiene que hacer recaer necesariamente Artaud.  Decimos de hecho. Al describir las «oscilaciones extraordinariamente rápidas» que, en Hölderlin y la cuestión del padre, producen la ilusión de unidad, «que permite, en los dos sentidos, el traslado imperceptible de figuras analógicas», y el recorrido del «dominio comprendido entre las formas poéticas y las estructuras psicológicas»,[i] M. Foucault concluye en una imposibilidad esencial y de derecho. Lejos de excluirla, esta imposibilidad procedería de una especie de proximidad infinita: «Esos dos discursos, pese a la identidad de un contenido reversible siempre del uno al otro, y demostrativo para cada uno de ellos, están afectados indudablemente por una profunda incompatibilidad. El desciframiento conjunto de las estructuras poéticas y de las estructuras psicológicas no reducirá nunca esa distancia. Y sin embargo están infinitamente próximos uno del otro, como está próximo de lo posible la posibilidad que la funda; es que la continuidad de sentido entre la obra y la locura sólo es posible a partir del enigma de lo mismo que deja aparecer lo absoluto de la ruptura». Pero M. Foucault añade un poco más adelante: «Y esa no es en absoluto una figura abstracta, sino una relación histórica en la que nuestra cultura histórica tiene que interrogarse». El campo plenamente histórico de esta interrogación, en el que el recubrimiento ha de ser quizás constituido tanto como restaurado, ¿no podría enseñarnos cómo una imposibilidad de hecho ha podido ofrecerse como una imposibilidad de derecho? Incluso haría falta aquí pensar en un sentido insólito la historicidad y la diferencia entre las dos imposibilidades, y esta primera tarea no es la más fácil. 


Post Scriptum

«El que la poesía esté ligada a esa imposibilidad de pensar que es el pensamiento, eso es la verdad que no puede descubrirse, pues ésta se aparta siempre, y le obliga a sentirla por debajo del punto en que la sentiría verdaderamente» . El error patético de Artaud: espesor de ejemplo y de existencia que lo mantiene a distancia de la verdad que desesperadamente indica: la nada en el corazón de la palabra, la «falta de ser», el «escándalo de un pensamiento separado de la vida», etc. Lo que pertenece sin discusión a Artaud, su experiencia misma, eso el crítico podrá abandonarlo, sin ocasionar daño, a los psicólogos o a los médicos. Pero «a nuestro juicio, no hay que cometer el error de leer como análisis de un estado psicológico las descripciones precisas, y seguras y minuciosas, que nos propone de aquella experiencia» (p. 51). Lo que ya no pertenece a Artaud, desde el momento en que lo podemos leer a través suyo, decirlo, repetirlo y tomarlo a nuestra cuenta, aquello de lo que Artaud es sólo un testigo, es una esencia universal del pensamiento. La aventura total de Artaud sólo sería el índice de una estructura trascendental: «Pues nunca aceptará Artaud el escándalo de un pensamiento separado de la vida, incluso cuando está entregado a la experiencia más directa y más salvaje que nunca se haya hecho de la esencia del pensamiento entendido como separación, de esa imposibilidad que afirma el pensamiento contra sí mismo como el límite de su potencia infinita» . El pensamiento separado de la vida; tal es, se sabe, una de esas figuras mayores del espíritu de la que ya Hegel daba algunos ejemplos. Artaud, pues, proporcionaría otro.



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