POSICIONES
Jacques Derrida
Entrevista con Jean-Louis Houdebine et Guy Scarpetta. Traducción de M. Arranz, en DERRIDA, J., Posiciones, Pre-Textos, Valencia, 1977, pp. 51-131.Edición digital
J - L.H.- Para abrir esta entrevista, podríamos quizá partir, como de un punto de insistencia de ese texto que .no ha cesado de escribirse y de leerse acá o allá desde hace varios años, podríamos quizá partir de esa “palabra” o de ese “concepto” de différance “que no es (... ) estrictamente ni una palabra ni un concepto”; y por lo tanto de esa conferencia pronunciada el 27 de enero de 1.968, retomada el mismo año en Teoría de conjunto: habla allí de la reunión en “haz” de las diferentes direcciones que su búsqueda había seguido hasta entonces, del sistema general de su economía, anunciando` incluso la posibilidad, en cuanto a la “eficacia de esta temática de la différance”, de ser “realzada”; debiendo en efecto “presentarse, sino a su reemplazo, por lo menos a su encadenamiento en una cadena que en verdad nunca habrá dirigido”.
¿Podría entonces precisar, al menos a título de introducción a esta entrevista, qué es de la continuación de su búsqueda, cuya eficacia se ha probado inmediatamente de un alcance considerable en el campo ideológico de nuestra época, qué es del desarrollo de esa economía general que ha marcado todavía recientemente tres textos, síntomas quizá de una nueva diferenciación del haz: su lectura de Números de Sollers, en “La diseminación” después (no obstante estos dos textos son contemporáneos el una del otro) “La doble sesión”, y en fin “La mitología blanca”?
DERRIDA: El motivo de la différance, cuando se marca de una a silenciosa, [1] no juega en efecto ni a titulo de “concepto” ni simplemente ha título de “palabra”. Traté de demostrarlo. Lo que no la impide producir efectos conceptuales y concreciones verbales o nominales. Que por otra parte están, uno tarda en darse cuenta, a la vez impresas y fracturadas por la cuña de esa “letra”, por el trabajo incesante de su extraña “lógica”. El “haz” que evocáis, es un hogar de cruzamiento histórico y sistemático; es sobre todo la imposibilidad estructural de clausurar esa red, de detener su tejido, de trazar un margen que no sea una nueva marca. No pudiendo ya levantarse como una palabra-maestra o un concepto-maestro, obstruyendo toda relación a lo teológico, la différance se encuentra presa en un trabajo que arrastra a través de una cadena de otros “conceptos”, de otras “palabras”, de otras configuraciones textuales; y quizá tendré ahora la ocasión de indicar por qué tales o cuales “palabras” o “conceptos” se le han impuesto a continuación o simultáneamente; y por qué ha habido que darles valor de insistencia (por ejemplo los de grama, reserva, corte, traza, espaciamiento, blanca, (sentido blanco, sangre blanca, sin blanco, cien blancos, parecido) * [2]suplemento, fármacon, margen-marca-mancha, etc.). La lista no tiene clausura taxonómica por definición; menos todavía constituye un léxico. En principio porque no son átomos sino más bien hogares de condensación económica, lugares de tránsito obligados para un gran número de marcas, de crisoles un poco más efervescentes. Después sus efectos no solo se vuelven sobre ellos mismos por una especie de auto-afección sin abertura, sino que se propagan en cadena sobre el conjunto práctico y teórico de un texto de forma cada vez diferente. Anoto de paso: la palabra “realzada”, en la frase que cita, no tiene, por razón de su contexto, el sentido más técnico que le reservo para traducir e interpretar la Aufhebung hegeliana. Si ahí había una definición de la différance; sería justamente el límite o la interrupción, la destrucción del relevo hegeliano dondequiera que opere. [3] El campo aquí es enorme. Digo la Aufhebung hegeliana, tal como la interpreta un cierto discurso hegeliano, pues es evidente que el doble sentido de Aufhebung podría escribirse de otro modo. De ahí su proximidad con todas las operaciones dirigidas contra la especulación dialéctica de Hegel.
Lo que me interesaba en aquel momento, lo que trato de proseguir según otras vías ahora, es al mismo tiempo que una “economía general”, una especie de estrategia general de la deconstrucción. Esta debería evitar a la vez neutralizar simplemente las oposiciones binarias de la metafísica y residir simplemente, confirmándolo, en el campo cerrado de estas oposiciones.
Hay que avanzar por lo tanto un gesto doble, según una unidad a la vez sistemática y como apartada de sí misma, una escritura desdoblada, es decir multiplicada por ella misma, que he llamado, en “La doble sesión”, una doble ciencia: * [4] por una parte, atravesar una fase de inversión. Insisto mucho y sin cesar sobre la necesidad de esta fase de inversión que quizá se ha buscado desacreditar prematuramente. Dar derecho a esta necesidad significa reconocer que, en una oposición filosófica clásica, no tenemos que vérnoslas con la coexistencia pacífica de un vis-a-vis, sino con una jerarquía violenta. Uno de los dos términos se impone al otro (axiológicamente, lógicamente, etc.), se encumbra. Deconstruir la oposición, significa, en un momento dado, invertir la jerarquía. Olvidar esta fase de inversión es olvidar la estructura conflictual y subordinante de la oposición. Significa pasar demasiado aprisa, sin detenerse sobre la oposición anterior, a una neutralización que, prácticamente, dejaría el campo anterior en su estado y se privaría de todo medio de intervenir efectivamente. Se sabe cuales han sido siempre los efectos prácticos (en particular políticos) de los pasajes que saltan inmediatamente por encima de las oposiciones, y de las protestas en la simple forma del ni/ni. Cuando digo que esta fase es necesaria, la palabra fase no es quizá la más rigurosa. No se trata aquí de una fase cronológica, de un momento dado o de una página que un día podríamos volver para pasar simplemente a otra cosa. La necesidad de esta fase es estructural y es por lo tanto la de un análisis interminable: la jerarquía de la oposición dual se reconstruye siempre. A diferencia de los autores de los que se sabe que la muerte no espera el fallecimiento, el momento dé la inversión nunca es un tiempo muerto.
Dicho esto -y por otra parte-, permanecer en esta fase, todavía es operar sobre el terreno y en el interior del sistema deconstruidos. También es necesario, mediante esta escritura doble, justamente, estratificada, cambiada y cambiante, marcar la separación entre la inversión que pone abajo lo que está arriba, deconstruye la genealogía sublimante o idealizante, y la emergencia irruptiva de un nuevo “concepto”, concepto de lo que no se deja ya, no se ha dejado nunca, comprender en el régimen anterior. Si esta separación, esta bifaz o esta bifase, ya no puede inscribirse más que en una escritura bífida (y vale en principio para un nuevo concepto de la escritura que a la vez provoca una inversión de la jerarquía palabra/escritura, como de todo su sistema adyacente, y deja detonar una escritura en el interior mismo de la palabra, desorganizando así todo el orden recibido e invadiendo todo el campo), no puede ya marcarse más que en un campo textual que llamaré agrupado: al límite, es imposible de precisar; un texto unilineal, una posición puntual, [5] una operación firmada por un solo autor son por definición incapaces de practicar esta operación.
Por lo tanto para marcar mejor esta separación (La diseminación, el texto que lleva este titulo, puesto que me plantea una cuestión al respecto, es una exploración sistemática y jugada de “separación”, cuadro, cuadrado, cartón, carta, cuatro, etc.), ha habido que analizar, hacer trabajar, en el texto de la historia de la filosofía tanto como en el texto llamado “literario” (por ejemplo el de Mallarmé), ciertas marcas, digamos (acabo de señalar algunas, hay otras muchas), que he llamado por analogía (lo subrayo) indecibles, es decir, unidades de simulacro, “falsas” propiedades verbales, nominales o semánticas, que ya no se dejan comprender en la oposición filosófica (binaria) y que no obstante la habitan, la resisten, la desorganizan, pero sin constituir nunca un tercer término, sin dar lugar nunca a una solución en la forma de la dialéctica especulativa (el fármacon no es ni el remedio, ni el veneno, ni el bien ni el mal, ni el adentro ni el afuera, ni la palabra ni la escritura; el suplemento no es ni un más ni un menos, ni un afuera ni el complemento de un adentro, ni un accidente, ni una ausencia, etc.; el himen no es ni la confusión ni la distinción, ni la identidad ni la diferencia, ni la consumación ni la virginidad, ni el velo ni el desvelamiento, ni el adentro ni el afuera, etc.; el grama no es ni un significante ni un significado, ni un signo ni una cosa,, ni una presencia ni una ausencia, ni una posición ni una negación, etc.; el espaciamiento, no es ni el espacio ni el tiempo; la merma, no es ni la integridad (mermada) de un comienzo o de una cortadura simple ni la simple secundariedad. Ni/ni, es a la vez o bien o bien; la marca también es el límite marginal, la mancha, etc.). De hecho, es contra la reapropiación incesante de este trabajo de simulacro en una dialéctica de tipo hegeliano (que llega hasta idealizar y “semantizar” este valor de trabajo) contra lo que me esfuerzo a llevar la operación crítica, consistiendo el idealismo hegeliano justamente en relevar las oposiciones binarias del idealismo clásico, en resolver la contradicción en un tercer término que viene aufheben, negar relevando, idealizando, sublimando en una interioridad anamnesica (Errinerung), internando la diferencia en una presencia a sí.
Puesto que es todavía la relación a Hegel lo que se trata de elucidar -trabajo difícil que en gran parte nos queda todavía por delante y que parece en cierto modo interminable, si al menos se lo quiere llevar con rigor y minuciosidad-, he tratado de distinguir la différance (en la que la a marca, entre otros trazos, el carácter productivo y conflictual) de la diferencia hegeliana. Y precisamente en el punto en que Hegel, en la gran Lógica, no determina la diferencia como contradicción [6] más que para poder resolverla, interiorizarla, relevarla, según el proceso silogístico de la dialéctica especulativa, en la presencia a sí de una síntesis onto-teológica u onto-teleológica. La différance debe señalar (en un punto de proximidad casi absoluta con Hegel, como lo he subrayado, creo, en esta exposición y fuera de ella: [7] todo se juega aquí, hasta lo más decisivo, en lo que Husserl llamaba “matices sutiles” o Marx la “micrología”) el punto de ruptura con el sistema de la Aufhebung y de la dialéctica especulativa. Esta conflictualidad de la différance, [8] que no se puede llamar contradicción, que a condición de demarcarla por un largo trabajo de la de Hegel, no dejándose nunca relevar totalmente, marca sus efectos en lo que he llamado el texto en general, en un texto que no se contiene en el reducto del libro o de la biblioteca y no se deja nunca dirigir por un referente en el sentido clásico, por una cosa o por un significado transcendental que regularía todo el movimiento. No es, como puede ver, por prurito de apaciguamiento o reconciliación por lo que recurro de buena gana a la marca “différance” antes que al sistema de la diferencia-y-de-la-contradicción.
Por lo tanto, efectivamente -continúo con su pregunta- en esta cadena abierta de la différance, del “suplemento”, de la “escritura”, del “grama”, del “fármacon”, del “himen”, etc., se inserta el motivo o, si usted prefiere, el “concepto”, el operador de generalidad llamado diseminación. Esta se produce especialmente por el movimiento de una lectura de alguna forma co-operatriz de Números, de Sollers, en el texto de Critique que ha recordado. Diseminación no quiere decir nada en última instancia y no puede recogerse en una definición. No voy a intentarlo aquí y prefiero remitir al trabajo de los textos. Si no se puede resumir la diseminación, la différance seminal, en su tenor conceptual, es porque la fuerza y la forma de su disrupción revientan el horizonte semántico. La atención prestada a la polisemia o al politematismo constituye sin duda un progreso por relación a la linearidad de una escritura o de una lectura monosémica, ansiosa de amarrarse al sentido tutor, al significado principal del texto, o sea a su referente mayor. Sin embargo, la polisemia, en cuanto tal, se organiza en el horizonte implícito de una reasunción unitaria del sentido, o sea de una dialéctica -Ricardo habla de una dialéctica en su lectura temática de Mallarmé, Ricoeur también en su Ensayo sobre Freud (y la hermenéutica de Ricoeur, su teoría de la polisemia, tiene mucha afinidad con la crítica temática, Ricardo lo reconoció), de una dialéctica teleológica y totalizante que debe permitir en un momento dado, por alejado que esté, reunir la totalidad de un texto en la verdad de su sentido, lo que constituye el texto en expresión, en ilustración, y anula el desplazamiento abierto y productivo de la cadena textual. La diseminación, al contrario, para producir un número no-finito de efectos semánticos no se deja llevar ni a un presente de origen simple (“La diseminación”, “La doble sesión”, “La mitología blanca” son re-puestas en escenas prácticas de todas las falsas partidas, comienzos, incipits, títulos, exergos, pretextos ficticios, etc.: decapitaciones) ni a una presencia escatológica. La diseminación marca una multiplicidad irreductible y gene rativa. El suplemento y la turbulencia de una cierta ausencia fracturan el límite del texto, prohíben su formalización exhaustiva y clausurante, o por lo menos la taxonomía saturante de sus temas, de su significado, de su querer decir.
Aquí jugamos, naturalmente, con la semejanza fortuita, con el parentesco de puro simulacro entre el sema y el semen. No hay entre ellos ninguna comunicación dé sentido. Y no obstante, en ese derrapage y esa colisión dé pura exterioridad, el accidente produce una especie de espejismo semántico: la desviación del querer-decir, su efecto-reflejo en la escritura se pone en marcha.
Este régimen, motor del excedente (y de la) falta, no he tratado de formalizarlo en la neutralidad de un discurso crítico (he dicho porqué una formulación exhaustiva, en el sentido clásico, es imposible, [9] y “La doble sesión” es una “crítica” deconstructora de la noción de “crítica”) sino de re-escribirlo allí, inscribirlo y relanzar los esquemas. Se trata de re-marcar en “La diseminación” tanto como en “La doble sesión” (estos dos textos son de hecho inseparables), una nervadura, un pliegue, un ángulo que interrumpan la totalización: en cierto lugar, lugar de una forma bien determinada, no puede cerrarse ni reunirse ninguna serie de valencias semánticas. Esto no quiere decir que esté abierta sobre una riqueza inagotable de sentido o sobre la trascendencia de un exceso semántico. Por este ángulo, este pliegue, este re-pliegue de un indecible, una marca marca a la vez lo marcado y la marca, el lugar re-marcado de la marca. La escritura que, en ese momento, se re-marca ella misma (cualquier otra cosa que una representación de sí) no puede contarse ya en la lista de los temas (no es un tema y no puede serlo en ningún caso), debe sustraerse (hueco) y añadirse (relieve). El hueco es el relieve, pero la falta y el excedente no pueden nunca estabilizarse en la plenitud de una forma o de una ecuación, en la correspondencia inmóvil de una simetría o de una homología. No puedo retomar aquí el trabajo comenzado en esos dos textos sobre el pliego, el blanco, el himen, el margen, el lastre, la columna, el ángulo, el cuadrado, el aire, el sobrante, etc. Siempre llegamos, entre otros, a este resultado teórico: una crítica del simple contenido (crítica temática, ya sea de estilo filosófico, sociológico, psicoanalítico, que tomará el tema, manifiesto u oculto, lleno o vacío, por la substancia del texto, por su objeto o por su verdad ilustrada) no puede compararse más a ciertos textos (o más bien a la estructura de ciertas escenas textuales) que una crítica puramente formalista que no se interesará más que por el código, por el puro juego del significante, por la organización técnica de un texto-objeto y descuidará los efectos genéticos o la inscripción (“histórica” si quiere) del texto leído y del nuevo texto que escribe ella misma. Estas dos insuficiencias son rigurosamente complementarias. No se las puede definir sin una deconstrucción de la retórica clásica y de su filosofía implícita: la he abocetado en “La doble sesión” y he intentado sintetizarla en “La mitología blanca”. La crítica del estructuralismo formalista se emprende desde los primeros textos de La escritura y la diferencia.
Nenhum comentário:
Postar um comentário