He aquí una primera razón. Pero he recurrido a ejemplos que me son próximos por una segunda razón. Quería también decir algunas palabras de un deseo muy antiguo: abordar directamente y por sí misma la red de cuestiones que se anuda de manera demasiado precipitada bajo el título de «teología negativa». Hasta ahora, ante la cuestión o la objeción, mi respuesta ha sido siempre breve, elíptica y dilatoria. [ii] Pero ya escandida, me parece, en dos tiempos: no lo que escribo no depende de la «teología negativa». En primer lugar en la medida en que ésta pertenece al espacio predicativo o judicativo del discurso, a su forma estrictamente proposicional, y privilegia no sólo la unidad indestructible de la palabra sino también la autoridad del nombre, axiomas todos ellos que una «desconstrucción» debe empezar por reconsiderar.
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Por seguir todavía con el primer tiempo de mi respuesta, es, pues, el pensar en ese movimiento hacia la hiperesencialidad por lo que creía que debía negarme a escribir en el registro de la «teología negativa». Lo que «quiere-decir» la différance, la «huella», etc. -que por otra parte no quiere decir nada-, sería «antes» del concepto, el nombre, la palabra, «algo» que no sería nada, que no dependería ya del ser, de la presencia o de la presencia del presente, ni siquiera de la ausencia, todavía menos de alguna hiperesencialidad. Pero su reapropiación onto-teológica es siempre posible, y sin duda inevitable en tanto que se habla, precisamente, dentro del elemento de la lógica y de la gramática onto-teológica. Siempre cabe decir: la hiperesencialidad es justamente eso, un ser supremo que se mantiene inconmensurable con el ser de todo lo que es, que no es nada, ni presente ni ausente, etc. Si el movimiento de esta reapropiación parece efectivamente irreprimible, no por eso es menos necesario su fracaso final. Pero esta cuestión perdura, lo concedo, en el corazón de un pensamiento de la différance o de una escritura de la escritura. Perdura como cuestión y por eso vuelvo de nuevo a ella. Pues dentro de la misma «lógica», y me atengo todavía al primer tiempo de esta respuesta, mi inquietud se dirigía también hacia la promesa de esa presencia dada a la intuición o a la visión. La promesa de una presencia así acompaña frecuentemente la travesía apofática. Visión de una luz tenebrosa, sin duda, intuición de esta «Tiniebla más que luminosa» [v] (hyperphoton), sin duda, pero todavía la inmediatez de una presencia. Hasta la unión con Dios. Tras ese movimiento indispensable de la oración (de la que volveré a hablar más tarde) Dionisio exhorta así a Timoteo a los mystika theamata:
Por seguir todavía con el primer tiempo de mi respuesta, es, pues, el pensar en ese movimiento hacia la hiperesencialidad por lo que creía que debía negarme a escribir en el registro de la «teología negativa». Lo que «quiere-decir» la différance, la «huella», etc. -que por otra parte no quiere decir nada-, sería «antes» del concepto, el nombre, la palabra, «algo» que no sería nada, que no dependería ya del ser, de la presencia o de la presencia del presente, ni siquiera de la ausencia, todavía menos de alguna hiperesencialidad. Pero su reapropiación onto-teológica es siempre posible, y sin duda inevitable en tanto que se habla, precisamente, dentro del elemento de la lógica y de la gramática onto-teológica. Siempre cabe decir: la hiperesencialidad es justamente eso, un ser supremo que se mantiene inconmensurable con el ser de todo lo que es, que no es nada, ni presente ni ausente, etc. Si el movimiento de esta reapropiación parece efectivamente irreprimible, no por eso es menos necesario su fracaso final. Pero esta cuestión perdura, lo concedo, en el corazón de un pensamiento de la différance o de una escritura de la escritura. Perdura como cuestión y por eso vuelvo de nuevo a ella. Pues dentro de la misma «lógica», y me atengo todavía al primer tiempo de esta respuesta, mi inquietud se dirigía también hacia la promesa de esa presencia dada a la intuición o a la visión. La promesa de una presencia así acompaña frecuentemente la travesía apofática. Visión de una luz tenebrosa, sin duda, intuición de esta «Tiniebla más que luminosa» [v] (hyperphoton), sin duda, pero todavía la inmediatez de una presencia. Hasta la unión con Dios. Tras ese movimiento indispensable de la oración (de la que volveré a hablar más tarde) Dionisio exhorta así a Timoteo a los mystika theamata:
''Así es mi oración. En cuanto a ti, querido Timoteo, ejercítate sin cesar en las contemplaciones místicas, abandona las sensaciones, renuncia a las operaciones intelectuales, rechaza todo lo que pertenece a lo sensible y a lo inteligible, despójate totalmente del no-ser y del ser (panta ouk opta kai onta), y elévate así, tanto cuanto puedas, hasta unirte en la ignorancia (agnôstos) con Aquel que está más allá de toda esencia y de todo saber (tou hyper pasan ousian kai gnôsin). Pues es saliendo de todo y de ti mismo, de manera irresistible y perfecta, como te elevarás en un puro éxtasis (extasei) hasta el rayo tenebroso de la divina Super-esencia (pros ten hyperousion tou theiou), una vez que hayas abandonado todo y que estés despojado de todo [ibíd.]''.
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Se reclama la revelación mediante una elevación: hacia ese contacto o esa visión, esa intuición pura de lo inefable, esa unión silenciosa con lo que permanece inaccesible al habla. La ascensión corresponde también a una rarefacción de los signos, figuras, símbolos -y también de las ficciones, de los mitos y de la poesía-. Esta economía, Dionisio la trata como tal. La Teología simbólica será más voluble y más voluminosa que la Teología mística.
Se reclama la revelación mediante una elevación: hacia ese contacto o esa visión, esa intuición pura de lo inefable, esa unión silenciosa con lo que permanece inaccesible al habla. La ascensión corresponde también a una rarefacción de los signos, figuras, símbolos -y también de las ficciones, de los mitos y de la poesía-. Esta economía, Dionisio la trata como tal. La Teología simbólica será más voluble y más voluminosa que la Teología mística.
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